¿Cuáles son tus regalos?
“Tras la conducta de uno depende el destino de todos.” – Alejandro Magno
Cerca de Tokio vivía un gran samurái, ya anciano, que se dedicaba a enseñar la meditación a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario. Cierto día un guerrero conocido por su falta de escrúpulos pasó por la casa del viejo. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que el adversario hiciera su primer movimiento y, gracias a su inteligencia para captar los errores, contraatacaba con velocidad fulminante. El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una batalla. Conociendo la reputación del samurái, estaba allí para derrotarlo y aumentar más su fama. Los estudiantes de Zen que se encontraban presentes se manifestaron contra la idea, pero el anciano aceptó el desafío.
Entonces fueron todos a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a provocar al viejo. Arrojó algunas piedras en su dirección, lo escupió en la cara y le gritó insultos. Hizo lo posible por sacarlo de casillas, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró de la plaza. Decepcionado por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron: – ¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podría perder la lucha, en vez de mostrarse como un cobarde ante todos? El viejo samurái repuso: -Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo? -Por supuesto, a quien intentó entregarlo –respondió uno de los discípulos. -Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos -añadió el maestro-. Cuando no son aceptados, continúan
perteneciendo a quien los cargaba consigo.
Y tú…
¿Aceptas los «regalos» que contienen envidia, rabia o insultos? ¿Por qué?
Pídeselo a Dios…
Padre nuestro
en los pensamientos y sentimientos,
que damos a los demás
sean de bendición para su vida.
Amén.