El tazón de madera

¿Qué mensaje dejamos a los niños?

“Siempre hay un momento en la infancia cuando la puerta se abre y deja entrar al futuro.”Graham Greene

Un viejito se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban. La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil. Los frijoles caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba el agua sobre el mantel.

El hijo y su esposa se cansaron de la situación. «Tenemos que hacer algo con el abuelo», dijo el hijo. «Ya he tenido suficiente. Derrama el agua, hace ruido al comer y tira la comida al suelo». Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor.

Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De vez en cuando miraba hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba sentado solo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía eran fríos llamados de atención cuando dejaba caer el tenedor o la comida. El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde, el papá observó que su hijo jugaba con trozos de madera en el suelo y le preguntó dulcemente: -«¿Qué estás haciendo?»

Con la misma dulzura el niño le contestó: «Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos.» Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer. Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por ninguna razón, ni el esposo ni la esposa, parecían molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel. Los niños son
altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos escuchan y sus mentes absorben los mensajes.

Y tú…

¿Con qué mensajes construyes el futuro de los niños?

Pídeselo a Dios…

Dios nuestro,
que con el ejemplo enseñemos
amor, bondad y ternura a los niños.
Amén.

CCCXXXIX
Dirección de Pastoral

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